terça-feira, março 09, 2010

.Sarah James, la voz de la naturaleza salvaje de Alaska
La representante del pueblo Gwich’in presenta las pruebas de que el calentamiento global es ya muy real en el Ártico.

Texto: Carlos Fresneda Foto: Isaac Hernández

Es la voz de la nación del caribú. Pertenece a los Gwich’in, la tribu india más septentrional del continente americano, y desde hace 20 años recorre el mundo para alertar contra los peligros que acechan su hábitat, el Refugio de Vida Silvestre del Ártico. En la actualidad, éste se encuentra cercado por una doble amenaza: las prospecciones de petróleo y el cambio climático.

Sarah James, de 65 años, recibió en 2002 el Goldman Prize, considerado como el Nobel del Medio ambiente, en la categoría de activismo ambiental, y en los últimos meses se ha sumado a la iniciativa Conversaciones con la Tierra, que recoge las experiencias y los testimonios de los pueblos indígenas ante el cambio climático: desde Alaska hasta Guinea Nueva Papúa, pasando por Perú, Camerún o Filipinas.

Fue en Alaska, precisamente, donde los pueblos indígenas celebraron su propia cumbre, adelantándose a Copenhague y reclamando a los países industrializados una acción directa y urgente para disminuir las emisiones y paliar los efectos cada vez más palpables del calentamiento global.

Sarah James trajo directamente el mensaje a la cumbre de los Bioneros, celebrada a finales de año en la bahía de San Francisco. Allí conmovió a los más de 2.000 asistentes haciendo un llamamiento al encuentro necesario entre los pueblos indígenas y la cultura occidental. Se despidió, eso sí, reescribiendo la famosa regla de las tres erres con un airón combativo: “Reduce, Reuse, Recycle… Refuse” (“Reducir, Reutilizar, Reciclar… Rechazar”).


"No quieren oir"Pueblos indígenas
"No quieren oir"

¿Qué le diría usted a alguien que no cree en el cambio climático?
Hay gente que prefiere ser ignorante. Y hay también mucha gente acomodada capaz de cualquier cosa con tal de no cambiar. No quieren oír, prefieren taparse los ojos antes de admitir la realidad y pensar que ellos tienen parte de responsabilidad en lo que está ocurriendo. El calentamiento global es muy real en el Ártico. Mi pueblo, los Gwich’in, lleva más de 10.000 años en esas tierras y nunca ha habido constancia de nada parecido. Los ancianos lo llevan advirtiendo desde hace tiempo. Ellos mismos están muy confusos y alarmados porque ven peligrar nuestro hábitat.

Su pueblo, la Aldea del Ártico, queda al sur del refugio, en la otra punta de donde viven los inuit de Kaktovik. ¿Qué efectos concretos están notando?
Somos la nación del caribú porque desde tiempos inmemoriales seguimos sus rutas migratorias y son la base de nuestro sustento alimenticio. Y también nuestra fuente espiritual. Todo en nuestra cultura, desde las danzas, hasta las canciones o la ropa, gira alrededor del caribú. Pues bien, el número de cabezas se ha reducido casi a la mitad: de 189.000 a poco más de 100.000 en los dos últimos años. El pasado verano tuvimos un gran incendio durante meses. El fuego está acabando con el forraje del que se nutren los caribús. El 75% de nuestra dieta son los animales salvajes, y están desapareciendo ante nuestros ojos. Se les ve tremendamente desorientados. El sur está subiendo hacia el norte y en muchas partes de Alaska se está derritiendo el permafrost (la capa permanentemente helada). Pueblos enteros en la costa están desapareciendo. Estamos perdiendo lagos, sufrimos sequías prolongadas, los bancos de peces están menguando de manera preocupante…

Usted se refiere habitualmente al Refugio del Ártico como el único lugar del mundo en el que se encuentran osos polares, pardos y negros.
Sí, y precisamente los osos polares podrían ser los más afectados, no sólo por el cambio climático, sino por los planes para perforar esa tercera parte de la costa del Ártico que está protegida, pero tan sólo temporalmente. Nuestra nación tomó una decisión en 1988 y es la de oponernos a eso que en Occidente llaman “desarrollo” en nuestras tierras y, más en concreto, a las perforaciones petrolíferas.

¿Tienen esperanzas de lograr la protección definitiva con el presidente Obama en la Casa Blanca?
Obama es nuestra gran esperanza, sí. Ha abierto las puertas de su Administración a nuestros representantes y se ha mostrado sensible a las demandas de los pueblos indígenas. Esperamos que entienda que nuestra vida depende de la protección de estas tierras. La pérdida del caribú sería como la pérdida del búfalo, que hace más de un siglo significó acabar con muchas culturas indígenas en el oeste. Tenemos el derecho a ser quienes somos. Dios nos dio ese derecho y nadie puede arrebatárnoslo. Queremos que se reconozca la preservación de nuestros hábitats como un derecho humano.

¿Qué pueden esperar los pueblos indígenas de la cumbre de Copenhague?
No vamos a tener ningún poder de decisión, pero espero que, al menos, nos escuchen y que tengan en cuenta nuestras demandas. La lucha contra el cambio climático es la lucha por nuestra propia supervivencia. Los pueblos indígenas, que no hemos contribuido al problema, somos, precisamente, los más vulnerables porque estamos en primera línea de fuego. Pero no somos perfectos, ni ustedes, los occidentales, tampoco. Nuestras dos culturas tienen cosas buenas y cosas malas, y podemos aprender los unos de los otros. Necesitamos encontrar un camino común por el que podamos avanzar juntos hacia un mundo mejor. Lo que está claro es que no podemos vivir como hasta ahora. Hay que hacer la transición hacia un estilo de vida más respetuoso con la naturaleza. No podemos tener la paz sin un aire limpio, sin un agua limpia.

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